“Devenir es, a partir de las formas que se tiene, del sujeto que se es, de los órganos que se posee o de las funciones que se desempeña, extraer partículas, entre las que se instauran relaciones de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, las más próximas a lo que se está deviniendo, y gracias a las cuales se deviene.”
Gilles Deleuze y Felix Guattari
Gilles Deleuze y Felix Guattari
Una obra extensa, muy extensa. Su longitud se mide en el orden de los cientos de miles de millones de metros: la obra de Franco Durante comienza en el sol. Desde el momento en que lo comprendí, me invadió lenta pero profundamente la certeza de estar atravesada por flujos invisibles.
Al llegar a la galería, lo primero que descubrimos es que la vidriera no es un mero cerramiento y que sin entrar al local ya estamos dentro de la obra. Alguien, ubicado inusitadamente próximo al vidrio, acerca y aleja su mano respecto de esa superficie. Nos arrimamos sin comprender demasiado: un desplazamiento, algo que gira, un murmullo del otro lado. La invitación a jugar es irresistible.
Tanteamos. La vidriera se ha vuelto una gran membrana sensible. El mecanismo entra en acción y resulta que, sin saberlo, nuestros cuerpos ya forman parte del circuito. Flujos energéticos que no vemos pero intuimos, porque observamos sus efectos. Los pequeños organismos se mueven al otro lado del vidrio y al mismo tiempo inducen nuestro propio movimiento. Danzamos por la obra, con la obra, en la obra. Lejos de ser los artífices, devenimos mecanismo, hacemos cuerpo con él. Y así, entre lo visible y lo invisible, se desdibujan todos los límites.
Al llegar a la galería, lo primero que descubrimos es que la vidriera no es un mero cerramiento y que sin entrar al local ya estamos dentro de la obra. Alguien, ubicado inusitadamente próximo al vidrio, acerca y aleja su mano respecto de esa superficie. Nos arrimamos sin comprender demasiado: un desplazamiento, algo que gira, un murmullo del otro lado. La invitación a jugar es irresistible.
Tanteamos. La vidriera se ha vuelto una gran membrana sensible. El mecanismo entra en acción y resulta que, sin saberlo, nuestros cuerpos ya forman parte del circuito. Flujos energéticos que no vemos pero intuimos, porque observamos sus efectos. Los pequeños organismos se mueven al otro lado del vidrio y al mismo tiempo inducen nuestro propio movimiento. Danzamos por la obra, con la obra, en la obra. Lejos de ser los artífices, devenimos mecanismo, hacemos cuerpo con él. Y así, entre lo visible y lo invisible, se desdibujan todos los límites.