Allá por 2013, escribí un texto sobre una muestra que hacía Vero Fadón por aquel entonces y nunca publiqué, acá lo comparto.
"Ahora no estoy segura de cuánto tiempo pasé buscándola aquella noche. Pero posiblemente fue durante bastante tiempo ya que por aquel entonces mi embarazo estaba muy avanzado y procuraba evitar cualquier movimiento precipitado. Además, una vez que hube salido fuera, pasear junto al río me produjo una calma extraña. En toda una parte de la orilla la hierba había crecido mucho. Aquella noche debí de llevar puestas unas sandalias, pues recuerdo muy bien el contacto de mis pies con la hierba. Conforme iba caminando, los insectos hacían toda clase de ruidos a mi alrededor."
Kazuo Ishiguro Pálida luz en las colinas
La última noche de luna llena me encontré inmerso en la selva marginal de Punta Lara. Y entendí que estaban pasando frente a mis narices un montón de cosas que no podía ver, pero sí intuir. Hablar de la selva próxima a una ciudad con pretensiones europeas suena raro. Es desubicado tomar el 275 en La Plata frente a un edificio neoclásico y al ratito encontrarse con una selva. Lo que pasa es que justamente está fuera de lugar, la ciudad. En un primer momento así consideré la obra de Verónica Fadón: fuera de lugar. Marginal. Selva austral. Pero era yo el extraño.
Al adentrarme y dejar atrás el cauce del arroyo Las Cañas que creció en la noche hasta inundar el sendero de vuelta, entendí que había algo que se me escapaba. En tales casos la vista sirve de poco. Están las luciérnagas, claro. Abiertas las damas de noche. Sé que esos insectos ven cosas raras, ven el calor, otras frecuencias, oyen lo inaudible. El arroyo subió hasta apoyar con delicadeza toda su basura flotante sobre el suelo. Cuando habíamos pensado que podíamos olvidarnos de toda esa basura, nos la tira por la cara: pone en evidencia nuestra presencia. Intuyo que en esa oscuridad iridiscente está la pintura de Fadón. Desbordada. Copulando. Devorando sus presas. Inundando los senderos. Un color que no entra a simple vista por los ojos. Una selva en la cual uno debe abrirse camino, agudizar los sentidos y entender que uno está fuera de lugar, porque hay un sistema que puede sostenerse en la noche y del cual debemos tener cuidado. Fadón lo sabe y frente a nuestras narices despliega la performance de la selva con su danza, su canto, sus pieles. Sabemos que como el murciélago baila ciego a nuestro alrededor, los cuerpos policromados se baten entre nosotros cumpliendo un ritual invisible.
"Ahora no estoy segura de cuánto tiempo pasé buscándola aquella noche. Pero posiblemente fue durante bastante tiempo ya que por aquel entonces mi embarazo estaba muy avanzado y procuraba evitar cualquier movimiento precipitado. Además, una vez que hube salido fuera, pasear junto al río me produjo una calma extraña. En toda una parte de la orilla la hierba había crecido mucho. Aquella noche debí de llevar puestas unas sandalias, pues recuerdo muy bien el contacto de mis pies con la hierba. Conforme iba caminando, los insectos hacían toda clase de ruidos a mi alrededor."
Kazuo Ishiguro Pálida luz en las colinas
La última noche de luna llena me encontré inmerso en la selva marginal de Punta Lara. Y entendí que estaban pasando frente a mis narices un montón de cosas que no podía ver, pero sí intuir. Hablar de la selva próxima a una ciudad con pretensiones europeas suena raro. Es desubicado tomar el 275 en La Plata frente a un edificio neoclásico y al ratito encontrarse con una selva. Lo que pasa es que justamente está fuera de lugar, la ciudad. En un primer momento así consideré la obra de Verónica Fadón: fuera de lugar. Marginal. Selva austral. Pero era yo el extraño.
Al adentrarme y dejar atrás el cauce del arroyo Las Cañas que creció en la noche hasta inundar el sendero de vuelta, entendí que había algo que se me escapaba. En tales casos la vista sirve de poco. Están las luciérnagas, claro. Abiertas las damas de noche. Sé que esos insectos ven cosas raras, ven el calor, otras frecuencias, oyen lo inaudible. El arroyo subió hasta apoyar con delicadeza toda su basura flotante sobre el suelo. Cuando habíamos pensado que podíamos olvidarnos de toda esa basura, nos la tira por la cara: pone en evidencia nuestra presencia. Intuyo que en esa oscuridad iridiscente está la pintura de Fadón. Desbordada. Copulando. Devorando sus presas. Inundando los senderos. Un color que no entra a simple vista por los ojos. Una selva en la cual uno debe abrirse camino, agudizar los sentidos y entender que uno está fuera de lugar, porque hay un sistema que puede sostenerse en la noche y del cual debemos tener cuidado. Fadón lo sabe y frente a nuestras narices despliega la performance de la selva con su danza, su canto, sus pieles. Sabemos que como el murciélago baila ciego a nuestro alrededor, los cuerpos policromados se baten entre nosotros cumpliendo un ritual invisible.